Hoy os presento un nuevo trabajo editorial coordinado por Rodolfo MCartney con un equipo maravilloso en donde querían resaltar las bodas de otoño/invierno, el color de la naturaleza y la luz titulado «Desde que amanezca hasta la eternidad», donde los novios comparten las emociones del día de su boda desde el amanecer…
Que mejor Finca que «El Campillo» para disfrutar del contraste de color de estas estaciones junto a Natalia Ibarra con cámara en mano. Espectacular el conjunto del vestido de novia de Alicia Rueda Atelier con la Tiara de Martina Dorta y los zapatos de Doriani Shoes. Muy elegante el novio con un estiloso traje de Mansolutely y calzado de Jesús Cánovas. Precioso el ramo de la novia y bodegón de flores en el banquete de celebración, todo de Naranjas de la China.
Esta es su historia…
«Jimena y Lucas se conocieron una preciosa tarde de otoño mientras ambos paseaban distraídos por las calles de Madrid. La suerte o el azar quisieron que ambos se cruzaran en un estrecho callejón del viejo barrio de las letras. Un lugar mágico donde apenas sólo dos personas podían cruzarse envueltas por la brisa de esa cálida tarde de otoño. Se vieron, se miraron con intensidad en la lejanía de ambos extremos de la estrecha calle, continuaron andando sin apartar la mirada, pues podría suceder que la bella imagen del otro desapareciera. Y acabaron por rozarse al pasar el uno al lado del otro. Sintieron esa chispa que sólo pasa cuando la química es tan intensa como la electricidad misma. Y esa misma chispa les hizo detenerse. Quizá el tiempo se detuvo de verdad, no lo saben con certeza. Pero los segundos se transformaron en horas, las horas en días y los días en meses.
Y poco antes de que comenzara el otoño de nuevo, Lucas le pidió a Jimena que pasase el resto de su vida con él. Ese mismo otoño, porque el otoño lo significaba todo para ellos. El otoño les envolvió con sus colores cálidos y sus fragancias irresistibles y esos mismos colores y esos mismos olores tendrían que ser los testigos de su amor sellado para siempre.
Fue la intensidad de su amor la que les hizo comprender el tipo de boda que querían. Tiene gracia que esa intensidad de paso a las reflexiones más sosegadas y cabales. Saber y comprender que ese día sería suyo y solamente suyo de principio a fin. Que no habría protocolo o costumbre que pudiera separarles ni un segundo. Que el amor no entiende de reglas y que las reglas están para romperlas. ¿Por qué tendrían que separarse? ¿Por qué habrían de dejar de disfrutar el uno del otro precisamente el día en el que más deberían de disfrutar el uno del otro?.Por ello decidieron pasar la noche juntos, levantarse juntos, arreglarse juntos, escribir sus votos juntos. Llegar juntos al altar de su amor, salir juntos de la ceremonia que les uniría para siempre, caminar, comer, beber y reír juntos.
Y así, con ese sencillo planteamiento, el día comenzó. Las emociones fluyeron con naturalidad y ellos se dejaron llevar arrastrados de nuevo, como si de magia se tratase, por la brisa que les unió aquella preciosa tarde de otoño en aquel recóndito callejón del barrio de las letras.»
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